viernes, 26 de abril de 2024

OBITUARIO

En memoria de Siegenthaler, el policía suizo que más ayudó a los emigrantes españoles

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La periodista, Ana Luisa Pombo, en los estudios centrales de Cope en Madrid.

El año 1975 tocaba a su fin. Franco había muerto pero los españoles que habían emigrado a casi todos los rincones del mundo en general y a Europa en particular, no podían regresar todavía. Se habían ido buscando una vida mejor para ellos y, sobre todo, para nosotros sus hijos y España no podía competir con los salarios de esos otros lugares por los que andaban desperdigados.

Suiza era uno de los principales puntos de recalada, sobre todo de gallegos, asturianos, andaluces y valencianos. Muchos se afincaron en Ginebra y Lausanne, donde la colonia española era tan numerosa, que los fines de semana parecía que uno estaba en casa. Otros empezaron su nueva andadura en lugares bellísimos como Berna, pero inhóspitos para el extranjero que no siempre era bien valorado y que, por si fuera poco, se enfrentaban a una ciudad de lengua endemoniadamente complicada.

En aquélla época, de emigración en la que a los españoles siempre se nos escapaba la lágrima cada vez que Julio Iglesias o Raphael cantaban en el Kursaal y ya no digamos cuando el Real Madrid jugaba en suelo bernés o, a golpe de batería, cantábamos las uvas en el baile español de fin de año, había dos personajes suizos por los que todo español que llegaba a la capital helvética pasaba y respetaba. Eran “la mujer del gato” y Siegenthaler, de la Policía de Extranjeros.

La mujer del gato era una anciana indescriptible, decimonónica, despeinada, desgarbada..., que vivía en un piso de pasillos largos, oscuros y malolientes por la presencia masiva de gatos, especialmente uno que siempre sostenía en el regazo, era un personaje como sacado más de una pesadilla que de un cuento pero que chapurreaba el español y en su improvisada y dudosamente legal “agencia de empleo”, siempre tenía un puesto de trabajo a mano para los españoles.

Entonces, nuestros emigrantes llegaban a Berna, igual que a muchos otros sitios, muchas veces sin contrato de trabajo y naturalmente, sin permiso de residencia. Ella les buscaba un trabajo y cuando patrón y emigrante se conocían y acordaban firmar un contrato, ella los mandaba con el contrato debajo del brazo a la frontera con Francia y volvían a entrar con todas las de la ley.

Superado el primer escollo, los españoles que iban a trabajar a Berna, tenían, forzosamente, que pasar por la Policía de extranjeros, donde entenderse en alemán era tarea imposible, pero allí estaba Hans Siegenthaler, alto e imponente, ataviado siempre con camisas de colores imposibles, naranjas, verdes o azules y corbatas casi tan estridentes como las propias camisas, pero que hablaba un español más que correcto, gracias a que había nacido en Cantabria a dónde su padre había venido a trabajar y a dónde él volvía todos los veranos.

En aquél despacho compartido, donde en el segundo cajón de su mesa guardaba una botella de whisky o de brandy con unos pequeños vasos para invitar a las visitas, recibía a los españoles con problemas de papeleo.

Empezaba con una bronca, por supuesto, haciéndoles ver que Suiza no admitía ilegales y todas esas cosas, pero pasándoles de extranjis el teléfono y la dirección de la “mujer del gato”, para que les ayudara a solucionar la papeleta. “Sé que si los acompaño a la frontera, al día siguiente vuelven a estar aquí, así que mejor les echo una mano”, nos dijo al terminar una entrevista para La Región Internacional a finales de 1975.

Y cumplió su palabra siempre, haciendo la vista gorda cuando los hijos de la emigración pasábamos con nuestros padres más vacaciones de las que nos permitía la ley o cuando en las fiestas familiares alborotábamos hasta más allá de lo razonable para los suizos y nos encontrábamos con alguna denuncia.

No hay español, emigrante en la Berna de los años 70, 80 y 90, ni siquiera algunos que tuvieron problemas con la justicia mucho más graves que los que acarrea la falta de un papel de residencia, que no haya recibido su ayuda. Además, a él, le gustaba ayudar, de la misma manera que le gustaba la tienda española, leer La Región Internacional en una época en la que Internet no existía y los periódicos españoles llegaban con, al menos, dos días de retraso; también le gustaba el pulpo que preparaba Carmiña en el centro gallego, la paella, la fabada o compartir mesa y mantel con Jaime Serín del Sindicato de la Madera, Cholo del Club Deportivo Helvético, Abel de la tienda española en Berna y también con esta periodista, hablando de España y empapándose de todos los cambios que se iban sucediendo en nuestro país, alargando así las sobremesas hasta bien entrada la tarde, algo inaudito en un suizo.

Siegenthaler, un buen tipo que reía a carcajadas y que cuando quería hacerse el gracioso soltaba tacos en español como un carretero, es uno de esos personajes que siempre tienen cosas interesantes que contar de los demás y que le restan valor a las importantes que protagonizan en primera persona. Por eso, cuando el tiempo nos hizo amigos, siempre decíamos que teníamos otra entrevista pendiente, después de aquella publicada en La Región Internacional, en la época en que la Democracia era aún una aventura incierta para España. Ambos éramos conscientes de que los 18 años de la que suscribe no habían propiciado sacarle todo el jugo al personaje, por mucho que Luis López Salgado, querido “Petís”, a la sazón director de la Edición Internacional de La Región, la publicara, prueba inequívoca de su generosa condescendencia.

Hace más de diez años que Siegenthaler y yo no hablábamos y hoy, con casi cinco años de retraso, acabo de enterarme de que él, el policía de extranjeros de Berna amigo de los emigrantes españoles, ha fallecido.

Cuesta creer que una minúscula, asquerosa y asesina garrapata se haya llevado por delante con su picadura a una persona como él, grande físicamente, y enorme de corazón, mano tendida para tantos españoles emigrantes en la capital de Suiza, que llegaban allí por centenares.

Lo siento amigo Hans, la entrevista tantas veces aplazada, tendrá que seguir esperando, pero la haremos, aunque para publicarla, La Región, tenga que “internacionalizarse” allende las nubes, hasta mucho más allá de dónde la han traído las nuevas tecnologías y hasta mucho más lejos de dónde la lleven las más novedosas autopistas de la comunicación. Wiedersehen Freund.

 

ANA LUISA POMBO

Periodista Cadena COPE