jueves, 28 de marzo de 2024
14/09/2017

Daniel Gallardo: Y Andalucía se desangraba...

Foto-Daniel (mas resolucion)
Daniel Gallardo es un emigrante andaluz en los Paises Bajos que trabaja en el campo de la investigación económica

Daniel Gallardo es hijo de padres gaditanos, nació en la Alemania dividida de 1987. A los tres años se va a Olvera, un pueblo de la Sierra de Cádiz, que más tarde tendría que dejar para estudiar Administración y Dirección de Empresas en Sevilla. Al inicio de la crisis económica, vuelve al país que lo vio nacer donde decide dejar el mundo de la empresa por el de la investigación económica. Al cabo de unos años, influenciado por las tremendas diferencias sociales y económicas entre regiones, decide emigrar a los Países Bajos para explorar las causas y consecuencias de la desigual distribución del bienestar en la sociedad.

El tema de la emigración ha afectado a un gran número de familias andaluzas en los últimos años. Sin ir más lejos, en la mía propia hemos experimentado este fenómeno muy de cerca, ya que mis padres tuvieron que hacer las maletas e irse a trabajar al norte de Europa con la esperanza de construir un futuro mejor. Sin embargo, a pesar de su esfuerzo y dedicación en esta empresa, los logros que obtuvieron no consiguieron evitar que yo acabara emigrando al mismo país al que ellos se fueron unas décadas anteriores, debido a la falta de oportunidades en España.

Aunque algunos políticos consideran la experiencia de la emigración como una ‘aventura’, yo creo que cuando este fenómeno se perpetúa en el tiempo, y además adquiere un carácter forzoso, se convierte irremediablemente en algo negativo. En primer lugar, cuando un miembro de una familia decide buscar suerte lejos de los suyos, éste deja un hueco que nadie puede cubrir. Para el emigrante, irse supone dejar atrás una parte de su esencia y afrontar un gran número de dificultades, ya que en su destino tendrá que empezar desde cero, (a veces) aprender otro idioma, adaptarse a las costumbres de otro pueblo, etcétera. Por último, y por si lo mencionado anteriormente no fuera suficiente, la región que ve a su población marcharse pierde manos que podrían labrar sus tierras, crear productos necesarios en fábricas o desarrollar nuevas ideas que mejoren las vidas de sus conciudadanos. Por estas razones, creo que el fenómeno de la emigración en España, y concretamente en Andalucía, no se debería comparar con una bonita aventura con final feliz, sino como una tragedia para la región y sus familias.

Los efectos de esta tragedia que sentimos a día de hoy resumen, hasta cierto punto, la historia de nuestro pueblo. De hecho, podríamos incluso decir que para conocer la historia de Andalucía hay que conocer también los relatos del emigrante andaluz. Por este motivo me gustaría contaros en varios artículos, y a grandes rasgos, acerca de la historia de los grandes períodos migratorios en nuestra tierra.

Elegir la fecha para el comienzo de esta historia puede ser complicado, ya que la emigración ha existido desde siempre. Sin embargo, dado el propósito general de este artículo, me voy a remontar a finales del siglo XIX, cuando la intensidad de la emigración comienza a afectar significativamente a un gran número de localidades andaluzas. Durante este período, uno de los destinos más comunes en las provincias de Cádiz y Málaga era el continente americano porque, entre otros motivos, países como Argentina y Brasil subsidiaban los pasajes en barco. Además de América, otros muchos andaluces, principalmente almerienses, dejaban sus casas para dirigirse al norte de África (sí, estáis leyendo bien, África) a países como Argelia.

El principal motivo de este éxodo era, por supuesto, económico. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la miseria, la pobreza y el hambre se extendían por Andalucía al igual que una epidemia descontrolada, especialmente en las zonas más rurales y dependientes de la agricultura. Escapar de esta epidemia era tan difícil que, incluso en regiones relativamente industrializadas como Almería, las malas condiciones de vida de la región empujaron a un número desproporcionado de personas a abandonarla debido al declive de la minería y la siderurgia.

La tragedia de la emigración en aquellos tiempos llegó hasta tal punto, que algunas zonas rurales comenzaron a despoblarse. No es de extrañar entonces que algunos escritores de la época, como Blas Infante, padre de la patria andaluza, se lamentaran viendo como Andalucía se desangraba por sus puertos. Lo que ellos no sabían es que este proceso se intensificaría muchísimo más en la segunda mitad del siglo XX. Pero eso os lo contaré otro día.