viernes, 29 de marzo de 2024

El presidente del Principado de Asturias recibió a representantes de los estados miembros de la UE

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Intervención del presidente del Principado de Asturias en la recepción por la visita de los embajadores de los gobiernos de los Estados miembros de la Unión Europea con motivo de la primera presidencia rumana del Consejo de la UE

Bienvenidos a Asturias. Una de las obligaciones de cualquier anfitrión es ponerse al servicio de los visitantes. Empiezo por ahí, ofreciéndoles la atención del Gobierno del Principado para aquello que precisen.

Los anfitriones también acostumbran a mostrar el domicilio. Aquí está el salón, allí las habitaciones, un despacho, etcétera. Yo no voy a cansarles con un recorrido completo, pero sí les enseñaré algunos espacios. También les debo recomendar que conozcan Asturias, que la prueben, la sientan, la vean. Ya supongo que en todos los lugares que se reúnen escuchan palabras similares, pero me atrevo a subir la apuesta. Acérquense al mar, a nuestras montañas, paseen por nuestras villas y ciudades y comparen. Nuestro lema turístico es Asturias, paraíso natural. Les aseguro que después de recorrer la comunidad entenderán a la perfección por qué hablamos de paraíso. El eslogan no nos queda grande.

Tienen previsto acercarse a Covadonga. Esa es nuestra montaña mágica, por decirlo con el título de una de las grandes novelas de Thomas Mann. El año pasado conmemoramos, precisamente, los XIII siglos del nacimiento del Reino de Asturias, un reino que tiene como hito fundacional la batalla de Covadonga. Que los hechos concretos que ocurrieron estén difusos en brumas de leyenda, rodeados por las nieblas y los alardes propios de los relatos épicos, no oculta una certeza: un reino con 1.300 años cuya expansión por León y Castilla fue decisiva en la historia de España.

Hago estas incursiones para subrayar que están en una comunidad hermosa y, al tiempo, con una trayectoria milenaria. Lo destaco ahora que soplan vientos de un cierto neofeudalismo y se presume de pedigrí histórico, cuando no se falsea —o, directamente, se inventa— para añorar los tiempos de marcas y condados, en los que las fronteras se fijaban a menudo a golpe de espada. Es una paradoja: en el mundo más interconectado, en el tiempo más global, se vuelve la vista a un pasado remoto, previo a los Estados, donde había ciudades, pero no ciudadanos: plazas amuralladas recluidas sobre sí mismas, con habitantes pero sin personas con derechos y libertades que formasen una comunidad política. Me parece una nostalgia absurda.

Asturias se caracteriza por lo contrario, por ser inclusiva sin haber hecho jamás de su identidad una barrera, un muro para aislarse o para convertir al vecino en extraño. Es más, presumimos de esta manera de ser, abierta y acogedora, que tanto nos define.

Ya les he hablado de algunos de nuestros rasgos más acusados. No obstante, continúo mostrándoles la casa. Somos, además, una comunidad de tradición industrial, con su paisaje fabril. Permitan que me detenga un poco en esta característica, porque la industria es relevante para nosotros y pienso que también debe serlo —mejor dicho, debe seguir siéndolo— para el porvenir de empresa común que se llama Unión Europea.

Soy un decidido europeísta. Por criterio político, por convencimiento intelectual y seguramente también por una razón generacional. Como para muchos españoles nacidos en la dictadura, Europa era nombre repleto de buenos significados: democracia, libertad, Estado de bienestar y, también, prosperidad económica.

No voy a explicarles a ustedes cuál es la situación actual de la Unión Europea. Bien la conocen, además. Sobre sus debilidades y carencias se habla a menudo: de la tarea pendiente para completar la unión monetaria, del desafío de la inmigración, de la emergencia de los nacionalismos interiores… Echo de menos, sin embargo, que no se conceda mayor atención a la coyuntura industrial de Europa, y más si recordamos que el proyecto germinal de la Unión Europea prendió sobre un núcleo de carbón y acero (la CECA).

La UE ha de seguir siendo el gran territorio de la democracia, de la libertad y de los derechos civiles y sociales, pero no caigamos en la ingenuidad de obviar que, desde su mismo origen, es una comunidad de intereses económicos. Oigo y comparto que hay que reforzar la unión monetaria, aumentar el presupuesto, avanzar hacia una integración fiscal, mejorar el espacio comercial… Y añado que también hay que proteger y fomentar la potencia industrial de Europa, tal y como se propugnaba en la estrategia 2020.

Seré más explícito. La industria europea tiene fortísimos competidores, y cada vez en más zonas del planeta. A la competencia clásica de Estados Unidos se le une el ímpetu de China, de India, de Corea, Taiwán, de países en todos los continentes. En ese marco de competitividad global, entiendo que la UE lidere la lucha contra el cambio climático. Me parece lógico que las áreas desarrolladas del planeta sean las que primero y más se comprometan. Pero lo que no debe ocurrir es que nuestro propio nivel de exigencia se convierta en una desventaja para la industria europea. Que no alentemos la fuga de carbono y, como resultado final, exportemos empleo e importemos CO2.

No entro en las sustanciales diferencias que hay entre las realidades energéticas y fabriles de los países miembros, que también provocan desequilibrios. Hoy me limito a subrayar que el futuro de la UE está ligado a su prosperidad económica, y que ese objetivo exige ampliar, modernizar y mejorar nuestra industria. La UE tiene en su mano medios para conciliar la preocupación por el cambio climático con el apoyo al desarrollo industrial mediante políticas activas que eviten esa desventaja competitiva de la industria europea.

No intento incomodarles con esta reflexión. Sé que esta intervención ha de consistir básicamente en una bienvenida, pero también recordé al principio que el anfitrión acostumbra a enseñar las principales estancias de la vivienda a los invitados. Y en esta casa, Asturias, la habitación industrial es amplia e importante, decisiva para nuestro futuro. Les ruego que lo tengan en cuenta.

Una vez más, gracias sinceras por su visita, cuenten con nuestra colaboración y bienvenidos a este paraíso natural. Gracias en especial a Gabriela Dancau, embajadora de Rumanía, y a Roxana Irimia, la autora de la gran exposición de pintura rumana que hoy inauguramos.