viernes, 29 de marzo de 2024

AL OTRO LADO DEL OCÉANO

Petra y Adelino, una vida más allá del Océano. Su historia de dolor, amor y logros

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Adelino García y Petra Méndez

Una tarde de otoño de 2019, en un salón del Congreso de la Nación, en Buenos Aires, Ana María García Méndez  escuchaba el violín de su nieta Martina, integrante de una orquesta juvenil con méritos como para actuar en ese lugar emblemático. Las lágrimas se mezclaban con su sonrisa. Pensaba en sus padres, que ya no vivían disfrutarlo. 

En su memoria viajaron Adelino García y Petra Méndez, los sentó a su lado, mientras las agujas del tiempo volaban hasta el otro lado del Océano, A Coruña. 

I

La noche en que Adelino cumplía cinco años, el  27 de  Octubre de 1927, murió Alianza Trillo, su madre.

Nunca olvidó la ceremonia en  la parroquia de Cee, Corcubión, con su hermano al lado, los dos con un paño negro cosido en la manga. Junto a ellos la avoa, luto en su ropa y en su alma, con un pañuelo en la cabeza que ya no le vio quitar nunca, en los veinte años que aún se quedó en Xallas, la aldea de cinco casas en la que nació.

—¿Por qué no mandas a los niños con su padre, a Buenos Aires? escuchó que le decían a su abuelo.

—Non queren marchar, oh… eu tampouco fago nada por elo, son o que nos queda da miña filla, pobriña, que Deus quiso levala cando ela estaba xa cos papeles listos para viaxar cara seu home. Xa marcharán, cando queran. Aquí teñen a sua casa e quen mire por eles.

Se convirtió en un mozo fuerte, trabajador, reidor en las fiestas y buen jugador de brisca los domingos. Cuando se acercaba  la edad de la mili, la postguerra era muy dura en  los cuarteles.

—Vete Lucho, como lo ha hecho tu hermano, estás a tiempo. Allá en Buenos Aires tu padre se ha vuelto a casar y es con una vecina de por aquí. Boa xente e xa teñen fillos. Esa e tamén a tua familia.

—Cale home, cale, que eu non me vou desta que e a miña casa, e de xunto a vos. Xa verá que non a de ser tan bravo o lobo como o pintan.

En uno de los permisos, chegou da Coruña, e pudo estar al lado da sua avoa, poñendo a mau na sua frente asta que lle dixeron que iba con Deus. 

Un mes despois, estaba no cuartel cando leeu a carta dun veciño: o avo había marchado para xunto da sua compañeira.  

Ahora sí, Lucho, se dijo, mientras ahogaba el llanto, en cuanto licencies te marchas, no te queda nadie por quien mirar.

II

Petra Méndez Valiña había nacido en 1926, en Carantoña, tan cerca y tan lejos de Cee, como se estaba en tiempos en que las distancias se medían a pie. 

Fue un parto tan difícil, que ya no contaban con que sobreviviera. Se recuperó, pero los alumbramientos, los trabajos y la hambruna no le dejaron mucho resto. Tres años después en una noche de frío y hambre cayó fulminada como por un rayo. Seis rapaziñas pequenas, entre ellas Petra, volvieron caminando por el sendero desde el camposanto de la parroquia de Vimianzo. Habían despedido a su madre. Muy pronto debieron  convertirse en seis mujeres.

Los años  que siguieron fueron de escasez, hambre y guerra. Algunos no volvían del frente y otros eran denunciados por venganza. Las seis niñas  llevaban mucha carga sobre sus espaldas, pero había que seguir, decía el padre.

Sonche moitas hembras, eu son solo para o traballo dos leiriños, que ainda que son poucos e ruines, ai que andar neles si queres poñer o caldeiro.

Solo Dios supo qué milagros hacer para que todas llegaran a criarse sin más peligros que un catarro y las liendres, que no se daban sacado.

—Teñen que facer a conta de que son homes, carallo e arrear co arado como sea e sachar no monte e nos toxos.¡Eu non podo con todo. Son moitas bocas, e todas mulleres, coño...!

La mayor tardó lo menos que pudo en casarse y con un niño en la mano y otro en el vientre  despidió a su hombre  en Vigo, quien marchaba a Buenos Aires, donde decían se comía hasta hartarse. 

Si trabajas y ahorras podrás traer a tu familia le dijeron. Y así fue. Un año después  les avisó que preparan el viaje. Los billetes ya estaban.

—No te marches sin mí, le dijo Petra a su hermana, la madrina me prestará os cartos y me voy contigo, a ver si alguna noite podo dormir sin fame.

Era mayo del año 1950, señalado en los cuadernos escolares de Buenos Aires como el del Libertador General San Martín. La mañana del día 25, fiesta patria, arribó al puerto el Cabo de Buena Esperanza. Como lo decía su nombre venía cargado de centenares de seres que ansiaban una vida mejor. Asomadas por la borda dos de  las hermanas Méndez Valiña avistaban una  nueva vida. 

En pocos días Petra estaba trabajando en una azucarera, ella que no había conocido otro endulzante que la miel de la casa, y eso cuando la había. Siempre riendo, ocho, diez horas, trabajaba las que hiciera falta, feliz. Llegaba a la casa, que compartía con varias familias y la esperaba un plato de comida abundante y una cama para ella sola.

La hermana ingresó en la  la textil más importante en el país, le dijeron. Y así como Petra cantaba mientras guiaba las cintas transportadoras de la azucarera, su hermana aprendía los secretos de la tejeduría, de los telares, de las bobinas de hilo.

III

En 1951 Adelino, Lucho, desembarcó del vapor Entre Ríos. Antes de partir  encargó una misa por el descanso de su madre y abuelos y en ella les dijo adiós. Arribó en octubre, en una hermosa primavera porteña que ponía color en los árboles y flores en las plazas.

No era fácil acomodarse a las costumbres, a un  padre que no conocía y a la nueva familia, pero ellos se lo facilitaron. La esposa, que era una mujer de Cée, conocía sus pérdidas y su dolor. Los hermanos le querían :

— Adelino, te diremos Lucho, que nos gusta más. Hay un carpintero conocido que necesita alguien que le eche una mano.

—Eu non sei nada de eso. Pero si me enseñan, fago o que sea. Traballar e o que queiro.

Se encontró muchos paisanos de Corcubión, más de los que había tratado en su tierra, eso  lo alegraba. 

—Es que aquí nos reunimos por regiones ¿sabes? – dijo su padre- Y el ABC de Corcubión es casa de amigos,  así que no hay domingo que no vayamos a las romerías que allí se hacen. No es solo comer as sardiñas asadas e a empanada y beber un buen viño, lo mejor es el baile que se organiza con las orquestas y las bandas. Alí xuntanse as mozas que viñeron d´alá. Tes que bailar e mirar por una que te guste, Lucho, non fagas o parvo.

IV

Petra y su familia almorzaban todos los domingos en el Centro Corcubiòn, -¿ dónde si no, rapaza?, le dijo su cuñado, vamos con los nuestros y estamos como Dios. Ponte guapa, que hay que campar bien para que te vean los mozos, son todos paisanos, trabajadores y buenos, no ricos, pero tienen ambición de progresar, y eso aquí vale mucho. Por las tardes no te pierdas baile, que es donde se lucen as mulleres, como nas festas dos santos alì por a nosa terra.

Para Lucho fue imposible no reparar en esa moza tan guapa. Llevaba casi un año sin perderla de vista, aunque aún no se animaba a sacarla a bailar. Petra lo había advertido pero no estaba dispuesta a dar el primer paso.
Los pasodobles inundaban la pista desde la cuatro de la tarde, e iniciaban el baile los que ya eran novios. Les seguían los que, moviendo la cabeza primero y acercándose después, pedían permiso para una pieza. 

El tema estaba claro, si él quería sacarla a bailar ya sabía cómo, y si no, ella tenía otros que la buscaban, en eso Petra tenía los pies bien plantados.

La pista se llenaba de parejas que arremetían tanto con pasodobles como con muñeiras o jotas, daba igual, en todas la morriña les ponía los ojos húmedos y el corazón doliente.

—De hoy no tiene que pasar, le dijo su hermano menor, que era más avezado en estos asuntos. La miras, le haces una seña, y si ella no desvía la cabeza es que está dispuesta. Le gustas. Entonces ya te las ingeniarás para conquistarla, eso está en tus manos, a ver si dejas quedar el honor de la familia bien por lo alto.

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Y tan bien hizo su papel de galán Adelino que, en el verano de 1954, se casaron por civil y por Iglesia. E logo  chegou una rapaciña que tardó, gracias a Dios, once meses en nacer. La llamaron Ana Marìa, para que su nombre no desentonara entre los que se usaban aquí, que no eran Alianza, ni Petra, aunque estuvieran en el corazón.

Como muchos paisanos fueron a vivir a un conventillo de Avellaneda, en los alrededores de Buenos Aires, calle Bermúdez. Allí  gallegos, tanos y turcos convivían con entendidos y supuestos, pero siempre solidarios.  
Lucho fue tajante  en una sola cosa.

—Petra: vas a dejar tu trabajo para cuidar de la niña. Mi familia la mantengo yo.

 Y al día siguiente que nació su hija ya consiguió un trabajo mejor en una fábrica de heladeras. Un artículo de lujo, con electricidad, mientras en su cocina usaban la de hielo para conservar los alimentos. Na aldea nin eso, o salgadeiro e non hai outra cousa meu fillo, eche así.

V

No les fue fácil tener la casa propia, muchos años pasaron para que lograran comprar un terreno, en una zona de bajo precio, aledaña a la ciudad, en Lomas del Mirador, y de a poco lograron levantar ladrillo a ladrillo las paredes.

—Ya está techado Petra, con mucha ayuda de mis hermanos los domingos, pero lo hemos logrado y podremos, al menos, meternos dentro.

—Cala, home, cala, que sin cuarto de baño y cocina no voy. Bastante tiempo llevo aquí sin esas comodidades. Anita ya va para los catorce años, y cuando tenga un pretendiente no lo traerá a una casa con retrete. ¿O qué te piensas?

Hubo que esperar tanto que el pretendiente de Anita se convirtió en marido y aún los García Méndez seguían sin terminar la obra. Cuando la hija les dio la noticia de que iban a ser abuelos, tomaron fuerza y prometieron:

—Denme un nieto, que ese comenzará a caminar en su casa propia.

Y así fue, para ese tiempo, a fuerza de trabajos y ahorro suegro y yerno habían emprendido una pequeña empresita, y tan mal no les iba.

—No somos ricos, ni lo seremos. Pero esta bendita tierra nos ha permitido tanto, que besaría el suelo por el que piso. Lucho no se cansaba de agradecer lo recibido, aunque nada había sido regalado, ni fácil. Pero lo había logrado. 

VI

El día que Anita, esa filla, la única, que era como una santa, les puso en la mano dos billetes de avión, Adelino refunfuñó, de mal humor. Aunque a su hija nada podía negarle y acabaría aceptando. 

Solo un disgusto les había dado. Dejar los estudios del bachillerato. Petra fue clara y dura: Si non estudias traballas, nougallaus aquí non hai.Y con estas palabras le puso en las manos la sección correspondiente del periódico.

Con el tiempo se propuso finalizar la carrera. Sería un regalo para sus padres y un ejemplo para sus hijos que ya eran grandes.

A la ceremonia asistió con toda la familia. El aula magna de la Facultad en que se hizo la entrega de diplomas le imponía respeto. No podía dar voces, así fue que Petra lloró sin lágrimas. Sabía de los sacrificios que Anita había hecho, para complacerles, para que su sueño de “una hija estudiada” no se tronchase. 

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Y ahora estaba aquí, con los dos pasajes y los brazos cruzados, no hacía más que pensar en ellos, y no iba a dejar que lo rechazasen.

—Es que no tengo deseos, no quiero volver, es muy duro, aquello ya pasó. Lo eché todo en el olvido y no quiero revolver en mis desdichas. Adelino no dejaba de repetir su argumento, sabedor de que nada lograría. 

Petra en cambio bailaba de alegría. Contaba con la complicidad de Carolina, esa nieta que le había renovado el espíritu maternal, que la colmaba de alegría y que le diera a Martina, la bisnieta.

—Pues si no vienes, quedas, Lucho. Que yo no quiero morir sin pisar mis huertos, ver las fuentes del agua, mirar la ría por las noches y volver a Coruña.

Y lo hicieron, claro, quién se iba a oponer a aquella mujer que desde los tres años había tenido que pelearle a la vida, que había visto enterrar a su madre, cuando casi no la conocía, que se había criado a la buena de Dios, como se pudo, filliña.

Cuando volvieron Anita comprendió que su padre había disfrutado tanto o más que Petra. Pudo rezar en los sepulcros de los suyos y aún le quedaban amigos de su mocedad con los que echó la partida en la taberna, la misma de aquellos tiempos, ahora en una España muy europea, pero Cee seguía siendo su tierra, y en lo esencial no había cambiado.

A su  regreso programaron un festejo. Se juntaron decenas de parientes y amigos en la Asociación de Corcubión, allí en Vicente Lòpez, donde un pedazo de Coruña se ha trasplantado sin que el Finisterre lo eche de falta.

Aún resuenan en los salones y su pista de baile las canciones y los aturuxos, que, un poco entonados por el vino y la emoción, les hicieron llorar y reír sin pausa, y sin moito xeito, como la vida misma.

VII

Unos años después Carolina fue quien asistió a Petra hasta el último día y aquella niña que perdiera a su madre sin conocerla, la recuperó en esta nieta que le dio de comer, cucharada y lágrimas, bocado a bocado.

Nicolás se llama el nieto varón, ese que esperaron y agradecieron. Al principio Adelino no gustó mucho del nombre.

—Eche de italiano, non sei que carallo queren facer cos nomes habendo tantos bonitos na nosa lingua, estos xovenes xa non respetan os mayores. Que millor que Adelino, a ver, non ai outro tan bo coma ise. Pero non… ai que deixarlos e adeus. 

En poco tiempo Nicolás fue el preferido de su abuelo Lucho, y a su vez el anciano la debilidad de ese joven.

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—Quedate tranquilo abu que nunca, nunca permitiré que se venda esta casa, ya lo repetí y te lo juro. Mamá, yo y todos sentimos lo mismo.

—Está todo aquí, no me da lo mismo otra casa. Es esta la mía, la que logré levantar desde el terreno hasta la cerca. Adelino insistía en explicar lo que todos comprendían y compartían.

VIII

Lucho y Petra ya no están. Vive su alma en los cuartos y los pasillos que habitan Anita, su esposo y Nicolás, quien es el guardián más severo de la promesa al abuelo.

Por las noches se oyen los acordes del violín de la pequeña Martina, que busca refugio en esa casa y repite que de ella no se irá jamás.

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También se escucha con la intensidad del corazón, el deslizar de los pies con aquella música que enamoró a Petra y Lucho en las tardes de baile del Corcubión: “Adiós mi España querida muy dentro de mi alma te llevo metida, aunque soy un emigrante jamás en la vida yo podré olvidarte” Cuando salí de mi tierra volvi la cara llorando porque lo que más quería atrás lo iba dejando”.

Ana María García Méndez seguía embelesada. Ni en sus sueños más fantasiosos había podido imaginar este logro. La acústica del lugar hacía aún más bello el concierto. Sacó el pañuelo, se secó las lágrimas y tomó otra foto – una más- de Martina con su violín. 

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Yo me senté a su lado y esperé la historia. Sabía que necesitaba contarla. Mientras lo hacía el salón principal del Honorable Congreso de la Nación fue testigo de los pasos de Adelino y Petra que podían ir a descansar en paz. 

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