sábado, 20 de abril de 2024

LA EXPOSICIÓN E PUEDE VER EN EL COLEGIO DE ABOGADOS DEL SEÑORÍO DE BIZKAIA

La obra de Miguel Marina llega a Bilbao

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La vida de Miguel Marina Barredo (1915-1989) es digna de una novela de aventuras. Nace y se cría en Bilbao y cuando estalla la guerra en el 36 es nombrado capitán de infantería del ejército de la República. Hace toda la guerra en el frente del norte antes de refugiarse en Francia tras la caída de la República. Atraviesa el Atlántico en un barco pequeño, acompañado de otros seis refugiados vascos atracando al final en Venezuela, donde permanece un año, ganándose la vida como jugador de fútbol en una liga profesional. Bajo vigilancia del gobierno venezolano por “subversivo”, decide zarpar en otro pequeño barco hacia Miami, en compañía de un amigo. Un huracán los arroja a las costas de la República Dominicana, donde vive bajo la dictadura de Trujillo durante tres años. Para escaparse de la isla se alista como fogonero en un mercante yugoslavo que llevaba víveres a Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. En uno de los viajes abandona el barco en Nueva York. Allí conoce a la que va a ser su mujer, Madeline, y allí nace su hija Constance dos años más tarde.

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Es en Nueva York donde Marina empieza a pintar en serio, trabajando primero de aprendiz con el español Julio de Diego y luego de ayudante del también exiliado José Vela Zanetti en la elaboración del gigantesco mural de la ONU, "La lucha del hombre por la paz". Indocumentado y por tanto sin poder ganarse la vida en Nueva York, Marina acepta la oferta de gestionar una plantación bananera en Guayaquil, Ecuador. Sin embargo, al poco de llegar se da cuenta de que lo han engañado. Madeline y Constance consiguen volver a Estados Unidos pero como Miguel no disponía de documentación se queda atrás. A continuación se dirige a México, pensando que desde allí podrá entrar en Estados Unidos. Contó que, al cruzar andando desde Guatemala a México, se encontró en medio de la selva con una cantina que se llamaba “Aquí mueren los valientes”. “Dios mío”, pensó, “¿he venido tan lejos para morir así?”.

Al atravesar México a pie acaba tres meses en la cárcel en Tijuana, en la frontera con California, por falta de documentación. Al salir de la cárcel llega a la conclusión de que la única forma de poder estar con su mujer e hija es volver a España. Pero el Bilbao de 1956 no es la ciudad que había dejado veinte años antes y se da cuenta de que tienen que salir. Nuevamente Madeline y Constance vuelven a Nueva York pero Miguel tarda dos años en conseguir el visado. En 1958 se trasladan a California y cuando Madeline consigue trabajo en el Center for the Study of Democratic Institutions, en Montecito, Miguel por fin puede dedicarse plenamente a la pintura.

Marina es autodidacta como pintor, con un estilo muy personal. Pinta principalmente sobre tablas de madera. Aunque se pueden distinguir provisionalmente tres etapas distintas de su trayectoria plástica, todas comparten ciertas características: el empleo de fuertes colores primarios que recuerdan las vidrieras góticas; figuras humanas alargadas, especialmente las manos y las caras, que evocan figuras bizantinas y románicas al enfrentarse directamente al espectador; temas religiosos, en particular la Crucifixión, la Anunciación y la Última Cena; recreaciones de los paisajes de Euskadi, con una presencia cada vez más importante en su obra tardía; y un lirismo y profunda emoción que atraviesa toda la obra. Marina tiene varias exposiciones en la Esther Bear Gallery de Santa Bárbara (California) pero cuando se jubila la galerista en 1977 ya no volverá a exponer. Sin embargo, desde esa fecha hasta su muerte en 1989 es cuando produce su obra más personal, íntima y profunda, con una mayor evocación de los paisajes del País Vasco que pueblan su memoria.

Es en esta última etapa donde proliferan los iconos de la memoria: barcos pesqueros, cazuelas de bacalao, hombres con chapela, porrones de vino, puentes y tejados de tejas. En una de las últimas entradas en su diario deja escrito lo siguiente: “Cada vez me acuerdo más de España y al mismo tiempo quiero olvidarme de ella, he vivido más de 40 años con un pie en cada Océano, pero mi memoria vuelve siempre a las montañas dulces y verdes del País Vasco, y a las canciones del Ochote bilbaíno, a las fiestas de Santa Águeda, donde cantaba solo con voz de barítono, en las calles bilbaínas, llenas de niños que nos seguían por todas partes. Dentro de poco tendré 74 años y jamás volveré a mi querido País Vasco; por eso mis pinturas, como un espejismo gigante, son memorias de mi querido país”.

La exposición "Iconos de la memoria: La obra del pintor vasco Miguel Marina" está expuesta en el Colegio de Abogados del Señorío de Bizkaia - situado en la calle Rampas de Uribitarte, 3, de Bilbao.