jueves, 25 de abril de 2024

CARMEN FERNÁNDEZ SAMPEDRO:

Una mujer entre dos mundos. El viaje de vuelta al punto de partida

Sampedro Carmen, con su alumnado del taller de esccritura. Vigo.
Carmen Sampedro en Vigo, con su alumnado del taller de escritura

CARMEN  FERNÁNDEZ SAMPEDRO: 

Una mujer entre dos mundos. El viaje de vuelta al punto de partida

Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: Los astros y los hombres vuelven cíclicamente; Los átomos fatales repetirán la urgente Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras. (Jorge Luis Borges. La  noche cíclica, 1979)

Carmen Sampedro, (confiesa haber “perdido” el apellido Fernández porque no la podían distinguir de otras homónimas en su trabajo) escritora y coordinadora de talleres literarios, nació en Castiñeiras, cerca de Ribeira (La Coruña) y actualmente reside  en Vigo. Llegó a esa ciudad en el año 2002, después de haber vivido en Buenos Aires desde el año y medio de edad. Es un ejemplo de quien ha atravesado  la emigración dos veces,  ida y vuelta. 

La conocí a través de su magnífico libro, “Madres e Hijas”, publicado hace unos años, al que accedí recientemente, por  recomendación de Ruy Farías, (un investigador especialista en inmigración) y en el que  encontré historias apasionantes que configuran testimonios de gran valor para comprender a la sociedad argentina, especialmente la de Buenos Aires, por su característica de mosaico de diversidad cultural.

Conectarme con Carmen fue posible porque, como a casi todos, la pandemia nos ha “virtualizado”, y pudimos vernos y escucharnos a través de una pantalla. En pocos minutos sentimos, ambas, que nos unían muchas cosas, teníamos en común el origen, la temprana emigración, la construcción de una identidad dual y la pasión por los libros y la escritura.   

La escuché con el acento porteño de todo emigrante que ha llegado a su patria de recepción a tempranísima edad. Viajó en el buque Entre Ríos, junto a sus padre, Antonio Fernández Vidal, madre, Pura Sampedro Martínez, y a su abuela paterna Carmen Vidal Núñez.

Sampedro Carmen. Con su hermano y su abuela, vivía en Lanús
Carmen Sampedro con su hermano y su abuela; vivía en Lanús

El 13 de Enero de 1949 arribó a Buenos Aires; en mayo cumplió los dos años. Y con sus propias letras, como buena escritora,  dio testimonio de su doble emigración, de cómo vivió su vida de niña emigrada en Buenos Aires y la  vuelta al punto de partida. 

-Durante buena parte de mi vida fui de esas personas que no pueden responder con una sola palabra a la pregunta de cuál es su nacionalidad. Yo tenía que dar una explicación. Era argentina aunque en realidad había nacido en España. Y ahí estaba mi DNI para confirmarlo: nacionalidad, argentina. Lugar de nacimiento, La Coruña, España. Me había hecho ciudadana, claro, pero la ambigüedad seguía ahí. Crecí con esa dualidad, con el tironeo constante entre dos culturas. 

Aunque yo sabía bastante de ese sentimiento, me interesó que expresara cómo fue vivir esa tensión, porque cada persona tiene un registro, y éste es el de Carmen Sampedro.

-De puertas adentro, en la casa, se hablaba gallego, se comía como allá, en la aldeapescado, pulpo, empanadas, filloas, bacalao. Recuerdo la mirada de espanto de las vecinas argentinas ante lo que comíamos. Mi padre soñaba con una gran epidemia que matara a todas las vacas para que los argentinos no tuvieran más remedio que aprender a comer pescado. Éramos distintos, diferentes. 

Sampedro Carmen. Sus padres, Antonio y Pura
Antonio y Pura, los padres de Carmen Sampedro

- De puertas afuera estaba el mundo criollo, la escuela, las amiguitas del barrio con madres argentinas que crecían sin ningún tipo de problema existencial sobre su identidad. El rechazo de mis padres hacia la manera de ser de los argentinos se traducía en todo. 

Quise saber acerca de ese rechazo, ya que en mi experiencia no había sido notorio, o al menos no lo registré, le pregunté entonces en qué aspectos se manifestaba.

-Para mi madre, las mujeres no lavaban bien la ropa, no les gustaba fregar en la tabla como a las españolas. No eran tan limpias, viajaban solas en tranvías o colectivos, se pintaban los labios, no ahorraban. Mi padre, con sarcasmo, decía que todos los hombres argentinos sufrían del hígado. Cuando se encontraba con algún vecino sentado en la puerta de su casa y le preguntaba por qué no había ido a trabajar, el señor respondía: el hígado.

Esos comentarios seguramente contribuyeron a generar lo que Carmen llama “el sentimiento de deslealtad”, y así lo explica:

-Las críticas a lo criollo acentuaron desde niña este sentimiento tan incómodo de la deslealtad. Si te gustaba algo argentino, estabas traicionando a lo gallego. Porque tú habías nacido allí, habías viajado en el barco. Por lo tanto no eras de aquí. 

-Leyendo tu testimonio de “Madres e Hijas”, Carmen, se destaca un episodio que está relacionado con la escuela y tu abuelo, ¿puedes contármelo? Ella accede y vuelve a revivir el hecho.

-El colmo de la humillación pública como niña que no pertenece al país en el que vive y además cuestiona a los próceres de la patria, se la debo a mi abuelo paterno. Se obstinó en que le hiciera reconocer a la maestra que San Martín era español. Según su lógica, cuando San Martín nació, el Virreinato del Río de la Plata estaba bajo dominio español. Por lo tanto, San Martín había nacido bajo bandera española y esa era su nacionalidad. Yo, que tendría nueve o diez años, sentía que no era así, y demoré lo más que pude la humillación de exponer esa teoría ante toda la clase. Pero mi abuelo me iba a buscar todos los días a la salida del colegio. ¿Lo has hecho? ¿Se lo has dicho a la maestra? 

Pude ponerme en su piel, porque aunque no me sucedió lo mismo, tuve muchas veces el sentimiento de entonar canciones patrias que festejaban el triunfo sobre España, y, por dentro sentía cierta incomodidad, no sabía bien de qué lado estaba. Exponer ante las maestras una postura antagónica, debió ser muy traumático para esa niña. Y obtuve este comentario, tan duro que se me humedecieron los ojos, de imaginarla en ese tiempo y lugar. 

-Pensé muchas veces, ya adulta, si mi abuelo había siquiera vislumbrado el daño que me estaba haciendo. La vergüenza, el que me expusiera como alguien diferente con una teoría tan subversiva, cuando todo lo que yo quería era ser igual a los demás. No le pides a un niño que pelee tus batallas. Te presentas y le expones tu teoría a la maestra. Creo que lo que más me afectó fue la cobardía de un adulto que usa a un niño para plantear su propia opinión. 

Guardé silencio, porque aunque el reproche hacia su abuelo sonaba fuerte en la voz, la gestualidad era amorosa, con un recuerdo enternecedor. Pronto se me aclararon sus sentimientos.

-No le guardé rencor, es imposible hacerlo cuando se conoce su historia. Durante la Guerra Civil, su nombre estaba en la lista de personas para ser fusiladas en Castiñeiras por sus simpatías con la República. El cura, don Manuel, amigo de la familia, y que además había casado a mis padres, borraba el nombre de mi abuelo del anuncio público, pero a los pocos días volvía a aparecer. Finalmente huyó al monte y logró embarcarse como polizón en un barco que iba a Francia. En ese país no querían refugiados españoles. Después de una estadía en Cuba, trabajando en la construcción de una carretera bajo la mirada de un capataz con látigo, mi abuelo finalmente recaló en Nueva Jersey donde trabajó como pizzero durante más de veinte años. 

Llegado este momento, la emoción me embargó, porque coincidimos también en tener historias de aquéllas que ameritan ser contadas. Y ella, escritora, seguramente lo habría hecho con la de su abuelo. Y de alguna manera así fue.

Sampedro Carmen Nunca mires hacia arriba
Novela de Carmen Sampedro: Nunca mires hacia arriba

-Siempre me decía que yo iba a escribir su historia. Era la primera de la familia en tener el bachillerato, sabía inglés y trabajaba en periodismo. Es una pena que no llegara a saberlo, pero él aparece en dos de mis novelas policiales: Nunca mires hacia arribaCasi nunca vale la pena. Dos de las cosas más gratificantes de mi vida aquí, en Vigo, fue atreverme con un género que es el reflejo más potente de la sociedad en la que vivimos.  

Es decir que su abuelo José Antonio Fernández Martínez, está entre los personajes creados por la  nieta, que lo ha llevado con ella a vivir las aventuras que sueña y escribe.       

¿Y cómo fuiste percibiendo, Carmen, que ese rechazo hacia lo argentino fue desapareciendo, si es que así fue?

-Fueron los programas de humor, las comedias, las radionovelas  y luego la televisión, los que fueron ablandando esa predisposición a rechazar lo criollo. Se empezaba a formar parte. Ya había hijos nacidos aquí. Los nietos derribaron las últimas barreras. De alguna manera, criticar lo argentino era criticarlos a ellos. 

La miro, a través de la pantalla, y asiento. Esos nietos y bisnietos que poblaron la colectividad y la hicieron grande y diversa, son el nexo más fuerte, el hilo que tejió la trama de la integración cultural. Pero a Carmen le había tocado otro rol, el de la etapa de la dualidad, esa que se diluyó en el presente. 

-La historia disociante sobre mi identidad que me marcó desde niña, finalizó cuando empecé a vivir en Vigo y me hice amiga de mujeres madrileñas, vascas, además de las gallegas. Yo era argentina, no pertenecía aquí. Ellas tenían recuerdos sobre su infancia y su adolescencia en los que yo no reconocía nada: historietas o tebeos,  programas infantiles, la música, los juegos.  Y fue un alivio. 

Esa frase me resultó intrigante, hasta que la escuché decir:

-Una amiga argentina que estaba becada en Alemania, me dijo cuando vino a verme a Vigo: Siempre sentimos que teníamos más que ver con Europa porque nuestras familias venían de aquí y nos transmitieron esa cultura. Pero cuando llegás a Europa te das cuenta que nosotros pertenecemos a Latinoamérica. Somos de allá.

Le pregunto por su acercamiento al mundo de los libros, de la escritura,  cómo surgió, ya que tendemos a suponer que el contexto familiar es el que incentiva esos hábitos.

Sampedro Carmen. Celebrando la publicaciòn de su libro Madres e Hijas, en su casa de Buenos Aires
Carmen Sampedro en su casa de Buenos Aires celebrando la publicación de su libro Madres e hijas

-Mi pasión por la lectura, muy temprana y fuerte, no nació de la influencia familiar. Fui criada en una casa sin libros, sólo un diccionario que mi abuelo trajo de Nueva Jersey.

-Creo en la memoria genética, respecto de estas características que aparecen en una generación y que no estaban en la precedente. Supe por mi madre que mi abuelo materno Nicolás Sampedro, ya fallecido al nacer yo, era poeta, escribía poemas míticos. Entonces comprendí que hay un mapa genético, en el que me explico yo misma.  

-Me apasionaron las historias desde muy chiquita. Leer fue y sigue siendo una adicción. “Los libros son una droga dura sin dosis mortal conocida”, como escribiera Karl Lagerfeld. Hay otras recompensas inmediatas que definen el poder de la lectura: No vives una sola vida sino muchas, habitas en distintas épocas y lugares, nunca estás sola.  

Sampedro Carmen. En Castiñeiras, en su primer viaje
Carmen Sampedro en Castiñeiras, en su primer viaje

- Cuando regresé por primera vez a Galicia tenía  45 años, pude entender el origen, y su fuerza. Comprendí al tío José, uno de los primeros emigrados de mi familia, que al terminar de hacer el tradicional asado criollo estaba llorando porque lo hacía mientras desde la radio se oía a Juanito Valderrama y El Emigrante. “Adiós mi España querida, muy dentro de mi alma te llevo metida….”

 - Así como comprendí que esa casita de piedra, en Castiñeiras, volcada sobre el mar y con el monte de pinos detrás guardaba  mi origen, también entendí que mi esencia no se correspondía ya con ese lugar. Pensé en cómo habría sido mi vida de habernos quedado en la aldea. ¿Sería una mujer tradicional, marido, hijos, ama de casa, misa, procesiones? ¿O hubiera huído de todo eso con destino Barcelona o París para vivir la vida que terminé viviendo en Buenos Aires? La que estimula y alimenta la curiosidad intelectual bien dirigida: cine de todos los países, exposiciones, teatro, librerías en cada vereda. Pensé por primera vez, mirando ese mar al lado de la casa en la que nací, que me alegraba que mis padres hubieran emigrado. 

Después del 2001, con la gran crisis y el cierre de la Revista de la que era Jefa de Redacción, deja su domicilio del barrio de Belgrano, en Cabildo y Juramento, decidió volver a cruzar el Atlántico y se instaló en Vigo.

Santiago la atraía por la parte cultural, pero Vigo la sedujo por el mar, que la vinculaba con  la casa natal, tan junto al oleaje de la ría. 

-Y aquí en Vigo lo veo desde mis ventanas  o en mis caminatas. 

Sampedro Carmen la ría de Vigo
El puente de Rande, en la ría de Vigo, con la isla de San Simón en primer plano

Dedicada a organizar coordinar talleres literarios, no puede dejar de hacer mención a escritores que, de una manera u otra, la han marcado. 

-Como dijo Pessoa, “un buen portugués es muchas personas”, yo creo que todos tenemos dentro muchas personalidades y la escritura nos permite ir sacándolas a la luz, a veces camufladas en algún personaje, y otras descarnadas en alguna historia personal. Como en el caso del testimonio de Hijas, en mi libro. La primera historia es la mía.

Mientras seguía atentamente el periplo de su vida, que me llegaba a través de una pantalla, pensé que me sucedía algo especial con ella. La sentía tan cercana como si fuésemos antiguas amigas que se reúnen luego de muchos años. Intrigada,  quise saber cómo se había insertado profesionalmente en esa Galicia que era la tierra de origen, pero no la de su existencia. 

-Una de mis primeras actividades en Vigo fue coordinar un taller de historias para inmigrantes sobre la memoria emotiva, que auspició la Fundación Carlos Casares, escritor conocido en ambientes culturales de Buenos Aires. De alguna manera era un taller para mí misma, para escuchar historias afines y encontrar cómo ir procesando esto de emigrar a un grupo tan diverso: venezolanos, peruanos, argentinos, africanos, madrileños y vascos que se consideraban inmigrantes en Vigo. Lo primero que pregunté en el primer encuentro, fue cuál era la última imagen que tenían de su lugar de origen, y cuál la primera, la que más les sorprendió de la ciudad a la que habían llegado. 

La observé mientras hacía un breve silencio, supuse que interiormente se estaba dando esas respuestas, nuevamente, a sí misma. Recompuesta, continuó.

-También, en esos primeros pasos de ir afirmándome en un territorio desconocido, propuse y coordiné El club del crimen en la librería Casa del Libro de Vigo. Mis novelas policiales están escritas bajo el seudónimo de Cat Samper. Siempre me atrajo lo de elegir un nombre, como lo han hecho tantas escritoras de otras épocas, cuando el único papel de la mujer que aceptaba la sociedad era la de “Dedicada a sus labores”, es decir, tareas domésticas. Mis libros están publicados en Amazon.

Sampedro Carmen Casi nunca vale la pena
Novela de Carmen Sampedro: Casi nunca vale la pena

Resulta indudable que es una luchadora incansable y creativa, que genera espacios y actividades, innovaciones y continuidades. Una profesional de la pluma. Volvemos entonces a su labor de escritora y docente. Le pregunto acerca del método: ¿se escribe sobre un proyecto ya prediseñado, con el argumento y los personajes elaborados? ¿O se lanza sobre la historia dejando que la lleve? Su respuesta: 

- Escribir es un viaje hacia lo desconocido que puede disparar una frase tal vez escuchada en la calle, o una imagen. Se parte de eso, no sabes adónde vas, ni cuál es el destino final. Descubres muchas cosas en ese camino que es de misterio y de autoconocimiento. Por eso escribir es tan poderoso como leer.

-En mi segunda novela: “Nunca mires hacia arriba” pensé en un personaje tipo excusa: va al volante de su coche, se para ante un semáforo y ve lo que hay en un balcón. Pero después me pregunté: quién es esa persona, de dónde viene a esa hora de la tarde, a dónde va, está casado, separado, odia su trabajo, y de qué trabaja, qué fantasías tiene? Y sin que me lo propusiera, ese personaje fue creciendo hasta ser parte esencial del corazón de la historia. 

Su pasión, la literatura, la lleva a recordar las frases y citas que le han señalado el camino: “la buena literatura es la que despierta al escritor dormido que hay en todo lector”.  Coincido con ella en sus principios acerca de la literatura y el arte u oficio de escribir, pero sigo escuchando en mi mente la pregunta clave, la que aún no le hice. ¿Cómo se siente quien emigra dos veces, quien, como yo , llevamos el signo de la eterna Odisea, vamos en busca de nuestra Ítaca, sin saber si está en algún lugar o en todos? Espero su respuesta, que es la de ella, personal e intransferible. 

Sampedro Carmen. Con amigas, dos días después partió para Vigo.
Carmen Sampedro en Buenos Aires, con amigas; dos días después partió para Vigo

-Tanto amigas y amigos argentinos, como gente de aquí, me preguntaron en algún momento si me había arrepentido de emigrar. La respuesta es: No. Porque esto de volver al lugar de origen es complementar lo que te faltaba, esa otra mitad cultural, tan viva, semejante y diferente.                      

Carmen deja por un instante su literatura, los libros, y  autores favoritos cuando le pregunto por su cotidianeidad, en Vigo. Vivo en Uzariz, a dos cuadras de la Gran Vía, desde allí bajando, está la margen de la ría y el monte del Morrazo… entonces los observo con las casitas que trepan por la ladera y percibo que volví a la casa que se inclinaba sobre el mar, allí en Castiñeiras. 

La pantalla me sigue devolviendo la imagen agradable de una mujer que goza de la vida y de lo que hace, su voz se va desvaneciendo cuando decidimos desconectar, pero en mí perviven las historias de su libro, la dicotomía de su identidad, su labor como periodista y el regreso al origen, ella y yo tenemos muchas cosas en común. 

Minutos después miro mi teléfono y leo su mensaje: “Somos de la misma tribu, escuchamos la misma música, Emerson, decía: Sigue tu propia música. A tu aire, a tu manera. La nuestra coincide” 

Celia Otero Ledo, Abril de 2022.