La nueva ourensanía

La nueva ourensanía | Rubén Darío Quiñones, el arte de servir a punta de pistola

Joven, emprendedor, y venezolano, Rubén Darío Quiñones ofrece a la ciudad una alternativa de ocio y gastronomía que, respondiendo a los intereses de muchos, apuesta por lo diferente

Firme como la estatua de un atleta victorioso (pero en postura más protocolaria), Rubén Darío Quiñones Campos (Venezuela, 1999) nos recibe en su restaurante Bella Ciao, el espacio que acaba de abrir sus puertas en la calle Sáenz Díez. Entrenador personal en su Maturín natal, responde sobre su vida y el negocio, inhibido por esa cámara que lo ha dejado cual deportista tieso. “Yo soy suelto”, ríe nervioso tras oír el clic que pone fin a la grabación.

Antes de Bella Ciao

“Mi madre ha tenido tres trabajos… a mi padrastro a veces le duele la rodilla”, habla Rubén sobre las razones que le hicieron emprender. “Yo soy técnico eólico”, explica que por el momento el restaurante supone unos ingresos extra y la posibilidad de que los ‘viejos’, como dicen allá, dejasen de estar entre casas, bingos, reparto y obras. La familia Bella Ciao la forman ellos, su hermano pequeño, una mayor con dos niños y dos camareras.

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Llegaron semanas antes de la pandemia y rapidito se buscó la vida. “Los ahorros familiares los gastamos en el covid”, confiesa. “Hice quince trabajos hasta llegar hasta donde estoy”, pronuncia rápido en una mezcla de pudor y orgullo, la cámara le tiene los músculos secuestrados.

Vecino del Jardín del Posío cuenta que sus padres se dedicaban al mundo de pan, “mi madre era panadera, chef y pastelera”, lo que se antoja el bagaje perfecto para encargarse de los fogones de un espacio en el que las pizzas son protagonistas. “La cocina tiene un poco de Latinoamérica, papas rellenas, arepas, tequeños, pero más de lo de aquí, que al final es donde estamos”, destila Quiñones Campos consideración y visión de negocio. 

Naturaleza del negocio

“Yo quería una experiencia, algo más que comer”, describe Rubén Quiñones el restaurante temático, que se centra en la figura de Dalí de la famosa serie española ‘La casa de papel’. El lugar lleva por nombre la canción italiana, himno antifascista que forma parte de su banda sonora. “La obra la hicimos nosotros mismos, mi padrastro y yo”, comenta sobre la reforma del local, al hilo de lo cual, sintético pero asertivo, habla de la dificultad de alquilar un bajo comercial en la ciudad. “Unos estaban muy pequeños, otros venían con problemas, otros quieren hacerte firmar sin que vaya tu gestor, o quieren que entres pagando ya, no te dan tiempo para arreglarlo”, describe situaciones abusivas y confiesa haber estado a punto de rendirse. “Al final dimos con una gente buena pero alquilar es muy difícil”, concluye.

Cabe especificar que el show se realiza solo con los menús especiales. “No se puede estar todo el día con eso”, refiere Rubén Darío a las caretas, que el look de uniforme de atracador de un vivo naranja, con gafas rojas, lo llevan todo el día encima. Hamburguesa, pizza y bocata vienen a ser esos momentos. “También cuando vienen niños, le hacemos la alegría de la comida que va en un maletín simulando dinero”, aclara. “¡No, no ya no la quiero!”, se oyó decir de un infante que iba con la tablet, al ver que el lugar prometía espectáculo.

Aparece Marllorys Campos, matriarca del bar temático que luce una manicura de escándalo. “La hizo mi hija”, comparte sobre las dotes y el negocio de su primogénita, que ha protagonizado alguna promoción ‘pack pizza y uñas’ en las redes del negocio. No puede evitar una pensar en la proeza de amasar con tan lindos garfios pero el misterio se resuelve pronto y a doble banda. “Las pizzas las hace mi padrastro”, comenta Rubén. “¡Cuando él no está yo, pero utilizo siempre guantes!”, revela ella. “Están hechas en horno de piedra, y les echamos bastante queso, pero bastante”, remarca la cocinera la abundancia con la materia prima, minutos después de entrar con una lata de tomate frito tamaño XXL. La sigue su marido, con un saco de harina al hombro mientras Alba, amiga y camarera comparte sus anécdotas de mostrador. “Me preguntan si voy así por carnaval”, comenta. 

“No soy de fiestas”, ríe Rubén la hormiga sobre los placeres de la cigarra, el que sin darse cuenta ha hecho del comer una celebración. A su alrededor, un lunes a las diez de la mañana, la clientela es más bien de oficinistas y tercera edad, de periódico y café, pero cayendo la tarde jóvenes y niños pueblan las mesas con la ilusión de ese festejo de hamburguesa a punta de pistola que sale sorprendentemente de un maletín.

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