Heidy Vanegas, la capacidad de responder dulce a lo amargo de la vida

Risueña, solícita, con el ritmo del trabajador incansable y sin perder de vista a su clientela, Heidy Vanegas Aguirre (Medellín, 1978) atiende un lunes de buena mañana en Panalén, el puesto en el que trabaja en la Plaza de Abastos. Sabe que le preguntaremos por el negocio pero no se imagina que las cuestiones llegarán al felpudo de su casa. Ella escucha, receptiva, educada, y responde sin perder la sonrisa aún cuando la mirada traduce que no puede perder de vista a una mujer de cierta edad a la que debe destinar sus atenciones. “Dime Marinita cariño”, dirige su tono alto en decibelios, pues afable siempre es, a una clienta habitual. “¿Por aquí no me quedó un bastón?”, inicia la cháchara mientras le sirven el pedido, un pastelito para ella, y otro para una amiga que han de envolverse por separado. Marcha Marinita tomando la de Villadiego porque viene otra linda flor con la que no quiere chocarse, y queda Heidy riendo las ocurrencias de la señora. Oriunda de la capital colombiana, llega en 1999 porque aquí vivían ciertas parientas y decide quedarse. Relata un recorrido laboral que comienza en casas particulares, pasa por el emprendimiento y acaba en el sector panadero donde ya lleva tres años y medio trabajando. “La calidad de la harina”, responde rotunda acerca del producto que sirve y que viene calentito desde Ramirás, en tierras de Celanova. El valor de la seguridad Su familia aquí la forman un marido ourensano que conoció al año de llegar y sus dos hijas, hoy adultas, que trajo posteriormente, cuando decide permanecer en este remanso de paz que es Ourense. “Las peleas de los fines de semana, el robo… ya no es esa tranquilidad que se veía hace años”, puntualiza. Dejó Manrique, su barrio en “la ciudad de la eterna primavera”, cuando ser subalterno de un cartel era de lo más común que podía sucederle a un vecino. “Un lugar tranquilo y ya después cuando empezó lo de Pablo Escobar el ambiente no me gustaba”, aclara. “Era algo muy normal, estudiar con chicos de las bandas, la gente te respetaba porque era tu barrio”, y aunque se mencionan frases contundentes como “las balas perdidas”, relativiza la medellinense los peligros de convivir con personajes oscuros, y deja claro, con la prueba de su propia experiencia, esa cosa de que la vida no vale lo mismo en todas las partes del mundo. “Un par de zapatos, una cadena…”, enumera los precios que se manejan en el mercado del delito en su país, del que ella misma fue víctima al enviudar unos veinte años atrás del padre de sus hijas, al que asesinaron para robarle la moto. “Fue ahí cuando decidí venirme para acá…”, revela en este punto de la conversación que en Colombia tuvo también una vida plena, que trabajaba como secretaria contable, y que en la emigración “comienzas como se puede”. Desprende Heidy optimismo por encima de todo. Aquí estamos, hablando con ella de vida o muerte que pasa una señora local y la increpa por Dios sabe qué magdalenas. Ella todo cariños a la mujer malhumorada porque hoy no sirven tales manjares. ¡Vuelve amiga antioqueña a las harinas de otro costal que aquí hay orejas para tu historia que no son las de carnaval!. La bandeja paisa es su comida colombiana favorita. Un todo vale muy loco con habas, arroz, panceta frita, carne molida, plátano frito, aguacate, arepa, morcilla…, “un plato un poquito exagerado, pero está muy rico”, concluye. “Con hambre no hay… quien trabaje”, confunde proverbios Vanegas e inicialmente se olvida de lo del pan duro. Ya cuenta aquí más años que allá, quizá por eso cuando le hacen elegir entre su país o España se queda medio tiesa y concluye, “depende ¿para qué?...ya soy tan gallega que respondo con una pregunta”.