jueves, 18 de abril de 2024

OPINIÓN

Inmigración y salud mental: El gran tabú

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Immigración y salud mental: El gran tabú

En el Reino Unido, país donde resido, no existen cifras oficiales sobre el índice de suicidios o la incidencia de enfermedades mentales entre la población inmigrante (cifras de las que sí disponen otros gobiernos europeos), si bien las autoridades sanitarias estiman que los colectivos especialmente vulnerables, como los solicitantes de asilo, son hasta cinco veces más propensos de contraer una enfermedad mental que el resto de la población[1].  A nivel mundial un estudio reciente[2] encabezado por la Universidad de Roma sugiere que, en los países donde se dispone de estadísticas, existe una mayor incidencia de enfermedades mentales y un porcentaje de suicidios mayor entre los inmigrantes y las minorías étnicas que entre la población nativa del país. Esta tendencia no sólo se observa en Europa sino también en los EE. UU., Australia y Rusia, entre otros países.

Que los inmigrantes y las minorías son más vulnerables a la incidencia de enfermedades mentales es algo que he observado en los veinte años que llevo fuera de España, colaborando en distintos proyectos de apoyo a la inmigración.  Los factores que contribuyen a dicha vulnerabilidad, y que también se citan en el estudio, son la barrera del idioma, la falta de una estructura familiar o red de apoyo, las diferencias culturales o el desconocimiento de cómo acceder a los servicios de salud mental en el país destino. En el caso particular de los refugiados y solicitantes de asilo, a estos factores hay que añadir la pérdida del estatus social (muchos refugiados son profesionales altamente cualificados y líderes de sus comunidades en el país de origen), la incertidumbre de su estatus migratorio y la preocupación por los familiares que dejan atrás. Esto explica la terrible incidencia de enfermedades mentales entre los refugiados y solicitantes de asilo: por ejemplo, en el Reino Unido, la cifra de intentos de suicido se incrementó en un 22% de Abril a Junio del 2018 como han denunciado varias organizaciones humanitarias.

Centrándonos en la población española en el extranjero, tanto si se trata de emigración económica (esto es, para mejorar las expectativas laborales) como si se emigra para estudiar, conocer otras culturas o por una relación de pareja, empezar de cero en otro país siempre supone una descarga de adrenalina y un reto para el que tenemos que preparar la mente. Más aún si no se domina el idioma o la cultura del país destino nos resulta extraña o no particularmente acogedora.

Cuando emigramos, incluso si lo hacemos con la idea de volver, no solo dejamos atrás a nuestras familias y amigos, sino también una identidad personal que está basada en una jerarquía de valores y creencias que hemos construido a través de las experiencias vivadas en la infancia y edad adulta. En la construcción de nuestra identidad influyen los valores que eran importantes en nuestras familias y en la cultura en la que nos hemos criado y cuyas normas sociales conocemos, las compartamos o no.

Emigrar nos obliga a replantearnos nuestra percepción del mundo y el sistema de valores que habíamos construido previamente, porque dicha percepción y dicho sistema estaban basados en el lugar que ocupábamos en la sociedad, la relación con nuestra familia y amistades, y lo que nuestra familia y la sociedad consideraba que  era ´normal´ o no. Incluso si habíamos construido nuestra identidad personal como rechazo y reacción a los valores familiares y culturales, como he conocido a algunos inmigrantes españoles, porque el país destino también les obliga a reflexionar si tiene sentido mantener unos valores personales adoptados como consecuencia de un acto visceral de rechazo hacia ´los míos´.

En el país de destino, el emigrante se ve obligado a construir, primero, un nuevo ´yo social´ adaptándose a las nuevas normas sociales y de conducta de una cultura que, en principio, desconoce.  Y también se ve obligado a revisar su yo más íntimo: su sistema de creencias y valores, todo lo que era sólido e incuestionable y que daba sentido al mundo. Y este proceso de ´demolición mental´ es duro porque es un proceso de crecimiento personal. Es un proceso que puede provocar una sensación de desarraigo y confusión (porque no sé quién soy, ni cuál es mi lugar en el mundo ahora) que hace que de quienes emigramos un grupo más proclive a sufrir enfermedades mentales.

La imagen del inmigrante que se quiere proyectar a través de las redes sociales es la imagen superficial del doble triunfador/a: el emigrante que, empezando de cero, ha sido capaz de progresar económicamente en el país de acogida hasta gozar de un prestigio social y profesional, y que también ha sido capaz de construir la familia perfecta alternando en Instagram instantáneas de la familia perfecta con la foto del nuevo coche o de la nueva casa.  Pero la realidad no siempre es la de las redes sociales: no todos los inmigrantes logran progresar ni logran construir una red de amigos, ni tampoco pueden vivir en perfectas familias de sonrisa blanca.  Lo normal es enfrentarse a separaciones, divorcios, discutir por la custodia de los niños, o ser rechazados cuando nos presentamos a esa promoción que tanto deseábamos. Lo normal es sentirnos a veces solos o desorientados, sin tener claro si deseamos regresar o no, y sin terminar de encajar aún en la cultura del país destino.

El primer consejo que daría a quienes me estén leyendo es rechazar la falsa imagen del perfecto triunfador-a inmigrante y arrinconar el tabú de que los inmigrantes que están solos, o que sufren algún tipo de trastorno psicológico o enfermedad mental es porque son demasiado débiles o porque no se esfuerzan lo suficiente en integrarse. Mentira. Si algo he aprendido trabajando y relacionándome con otros inmigrantes en diversos países del mundo, es que todos los miembros de nuestra comunidad experimentamos, en mayor o menor medida, situaciones de estrés, soledad o inadaptación.  Lo importante es identificar las herramientas que nos ayuden a superar dichas situaciones.

La primera de dichas herramientas es contar con una red de apoyo emocional, que puede ser tanto física como virtual, gracias a Internet y las tecnologías de videoconferencia. La familia y la pareja suelen ser los pilares esenciales de esta red de apoyo, pero también pueden crearse redes de amistad y apoyo en el país de acogida.

Construir una red de apoyo dependen mucho del país donde se emigra. Mi experiencia viviendo en países latinoamericanos y del sudeste asiático es que son culturas muy sociales en donde es muy fácil entablar conversación y amistad con desconocidos. Por el contrario, en países nórdicos como Alemania o el Reino Unido, la forma de socializar es apuntándose a actividades organizadas donde los participantes comparten un interés en común. Al no ser espontánea la socialización, sino a través de actos programados, establecer relaciones de amistad suele llevar un tiempo y esto puede ser duro para quienes emigran solos y están acostumbrados a una cultura más social. Por eso es importante impulsar la presencia de asociaciones y organizaciones de apoyo a la inmigración, no sólo entre la comunidad española, sino con otras comunidades.

Siempre he creído en la importancia de las iniciativas culturales como las Casas de España, Sociedad Hispanas, Asociaciones de Estudiantes, Academias de baile, Escuelas de español para niños, etc.; son organizaciones formadas por voluntarios, y normalmente sin ánimo de lucro, que llegan allí donde los servicios sociales del país destino no pueden llegar. Por ejemplo, durante mi estancia en Alemania pude comprobar los beneficios de las Casas de España en Frankfurt y Múnich, que proporcionan lugar de encuentro y amistad a nuestros jubilados españoles y a las primeras generaciones de hispano-alemanes. También me han llegado muchos testimonios de agradecimiento de quienes asistieron a los eventos que organizamos en la Sociedad Hispana de Fife-Dundee. Cómo puede cambiar la percepción de un día triste y oscuro, en la soledad de quienes están solos en el terrible invierno nórdico, al unirse a una partida de mus o celebrar una paella junto con otros españoles.

La segunda herramienta fundamental es poder acceder a ayuda profesional cuando lo necesitemos. Acudir a un terapeuta no debería ser un lujo  al alcance de unos pocos, pero la realidad es que el acceso a los servicios de salud mental deja mucho que desear, incluso en países del primer mundo como el Reino Unido. En Escocia, donde resido, el tiempo de espera media para acceder a un counselor (que hace las veces de psicoterapeuta) es de unos seis meses en ciertas zonas. Y cuando se logre la cita con el counselor, la barrera idiomática puede ser otro obstáculo insalvable, por eso es importante que también la terapia pueda ofrecerse en el idioma nativo del inmigrante.

En el Reino Unido algunas asociaciones españolas ofrecen servicios de apoyo psicológico en españo,l pero lo normal es que quienes no hablan bien el idioma y deseen recibir terapia en español tengan que acudir a terapeutas privados. Pero la inmigración precaria no puede permitirse esos servicios.

Somos ya 2.5 millones de españoles los que vivimos en el extranjero. Las asociaciones de apoyo a las comunidades españolas en el exterior están realizando una labor excelente ayudando a nuestros conciudadanos a integrarse y sociabilizar en el país destino. Pero son organizaciones cuya existencia y continuidad depende del tiempo que puedan dedicar sus voluntarios.

Para prevenir las enfermedades mentales, necesitamos una mayor involucración y apoyo por parte de nuestro gobierno: ayudas económicas para profesionalizar las organizaciones de apoyo a la emigración española en los distintos países y consulados abiertos en donde pueden celebrarse eventos sociales y culturales que contribuyan a crear redes de apoyo.

Quisiera terminar recordando que no solamente corresponde a nuestras autoridades en el exterior ayudar a prevenir las enfermedades mentales.  Todos y cada uno de nosotros podemos aportar nuestro granito de arena en la lucha contra las enfermedades mentales, entre la comunidad española y también entre los nativos del país. Solo tenemos que interesarnos un poco más por los que nos rodean y observar las señales mudas de tristeza, estrés o ansiedad de quienes pueden necesitar ayuda.

[1]Aspinall, P., & Watters, C. (2010). Refugees and asylum seekers: A review from an equality and human rights perspective. Equality and Human Rights Commission Research report 52, University of Kent.

[2]Alberto Forte 1 , Federico Trobia 2 , Flavia Gualtieri 2 , Dorian A. Lamis 3 , Giuseppe Cardamone 4 , Vincenzo Giallonardo 5 , Andrea Fiorillo 5 , Paolo Girardi 1 and Maurizio Pompili.  Review Suicide Risk among Immigrants and Ethnic Minorities: A Literature Overview. Int. J. Environ. Res. Public Health  15, 1438. 2018

Mari Cruz García es experta en educación digital e ingeniero superior de telecomunicaciones. En el Reino Unido, fue fundadora de la Asociación Hispana en Fife-Dundee y actualmente es consejera en el Consejo de Residentes Españoles en el Norte del Reino Unido. Ha colaborado con organizaciones como Devon and Cornwall Refugee Support Council y la Oficina Internacional del Gobierno Tibetano en India y Nepal.