miércoles, 24 de abril de 2024

Buenos Aires: "Un mojón en el camino de la vida"

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Mojón del Camino de Santiago en la ciudad de Buenos Aires

Un mojón en el camino de la vida

A mediados del mes de Diciembre del 2020, leí una gacetilla de prensa relativa al descubrimiento y bendición del Mojón del Camino de Santiago en la Ciudad de Buenos Aires.  Detrás de ella habría alguna historia de inmigrantes, y fui en pos de ella.

Sintetizando la nota, la información era la siguiente:

El día de hoy,15 de Diciembre, funcionarios del Gobierno de la Ciudad de Buenos y de la delegación de la Xunta de Galicia en Argentina descubrieron el “Mojón del Camino de Santiago”, donado por la Comunidad Autónoma de Galicia.

A mediados del año 2019, la diputada Cecilia Ferrero se reunió con el Secretario General de la Emigración, Antonio Rodríguez Miranda y el Delegado de la Xunta de Gobierno de Galicia, Alejandro López Dobarro, para trabajar de manera conjunta sobre una iniciativa para que la ciudad recibiera este símbolo identificatorio de la ruta jacobea, en vísperas del Año Xacobeo (Año Santo 2021).

El Mojón se emplazó en el espacio verde María Esther de Miguel, situado en el cruce de las avenidas Macacha Güemes y De los Italianos, del barrio porteño de Puerto Madero

Desde la Delegación de la Xunta y el Gobierno de la Ciudad afirmaron que próximamente, cuando las condiciones sanitarias lo permitan, esperan poder realizar su inauguración invitando a la comunidad gallega y a los vecinos y vecinas de la ciudad, como también a las autoridades de la Xunta de Galicia y al Embajador de España en Argentina.

Cecilia Ferrero me recibió en su despacho, cordialmente y con entusiasmo. A poco de hablar con ella deduje que representa cabalmente los destinos de los emigrantes a aquella América que les prometía a tantos españoles un destino mejor, para ellos y, sobre todo, para sus hijos. 

A través de su voz pude conocer la historia del mojón del Camino de Santiago y de aspectos de su vida, que nunca están escindidos del rol que ejerce. 

Este símbolo identificatorio de la ruta jacobea debía estar erigido para el año 2021, año xacobeo-comenzó a explicar la diputada , con un tono formal que fue mutando a medida que se adentraba en la historia del hecho y, sin intención, en su propia historia. 

El mojón fue un proyecto pero es también un hito, una marca en mi vida. Señala un camino hacia Santiago de Compostela y a la vez vuelve a trazar la ruta atlántica que atravesaron mis padres, muy pequeños, tanto que casi no tenían más memoria de su vida en España que la que guardaron en las emociones y me transmitieron en sus vivencias y  principios. 

Sentada en su despacho, con la bandera argentina detrás, mirando por la ventana hacia la paradigmática Plaza de Mayo, la vi sonreírse y la escuché relatar  las “causalidades” que la habían llevado a ocupar un rol político, coincidir con personajes de la cultura  gallega, y concebir un profundo sentimiento hacia los migrantes en general. 

Soy hija y nieta de inmigrantes y me crecí como tal. Las conversaciones de mi infancia siempre rondaban el tema del desarraigo y la nueva pertenencia. Las tradiciones y costumbres de la colectividad me acompañaron y se quedaron en mí, aunque me sienta tan argentina como la que más. Llegué a la política hace años e hice trabajo legislativo, colaborando con personalidades que completaron mi formación y me marcaron el camino, ese camino que hoy vuelve convertido en un mojón. 

La seguí escuchando, no hacía falta repreguntar, su relato brotaba espontáneo y cargado de afectividad. 

Con la ley 6253 ya promulgada había que elegir el sitio adecuado para la instalación concreta, para lo cual evalué distintas posibilidades que tuvieron objeciones jurisdiccionales o de tránsito. Un día, recorriendo la zona ribereña vi el Hotel de Inmigrantes, hoy convertido en Museo, y recordé que por ese río color de león, como lo llaman los poetas, habían llegado miles de barcos con millones de personas que buscaban un destino mejor. Entre ellos mis padres. Y pensé que desde ese entorno debía iniciarse el Camino a Santiago, la vuelta a casa, el espíritu de Odiseo en su regreso. 

Las circunstancias de este año 2020 pospusieron la inauguración formal, con el festejo correspondiente. Pero era necesario instalarlo, en un simple acto como el que se realizó, de acuerdo con el  protocolo sanitario.

Entre llamados teléfonicos y firmas continuó relatando los sucesos del día anterior. Evidentemente la habían conmocionado, más allá de la formalidad y lo institucional, había algo interno, muy de ella en ese proyecto.

Así fue como ayer, día 15  llegué a la plazoleta María Esther de Miguel, y antes de que comenzara el acto sucedió un hecho que reafirmó que el mojón había elegido ese lugar como propio. Vimos un auto que circulaba por la Avenida y se detenía intempestivamente. De él  bajó un hombre, visiblemente conmovido. Se acercó al mojón y casi no supo explicar sus sentimientos. Mostró su pierna tatuada con la vieira de Santiago, contó que había sido un caminante del año 2018. Trece días de nieve y soledad lo habían convertido en una persona distinta. Encontrar el mojón de pronto, en su ciudad, en el camino cotidiano hacia su trabajo, le resultó una señal. 

Esta  presencia inesperada en el acto resultó casi mágica, tanto para mí que no imaginaba una repercusión emocional tan fuerte, como para él que sintió que el mojón se erigía, en su ciudad, como un símbolo. 

Más tarde el presidente de la Asociación Amigos del Camino, comentó que, “causalmente”, ése era el recorrido que hacen los caminantes aquí en Buenos Aires.

Cecilia evocaba el acto, que la había sorprendido a ella misma, porque escapó de lo previsto y tuvo vida propia, atrapada en su relato dejé que me llevara ella misma al camino. 

Evidentemente el mojón había decidido a las personas y el lugar, así como Santiago Apóstol eligió Compostela, este mojón me eligió para colaborar en su instalación en un determinado espacio.  Mi madre, gallega de nacimiento, sintió que un trozo de la mítica piedra, símbolo de su   Galicia natal  decidió volver a atravesar el Océano para que ningún gallego sienta que no tiene un camino hacia su lugar natal. 

Ya en el final de la conversación, se refirió a  las vivencias de este año, destinado a ser un hito también que sonaron a premonitorias: 

-En Febrero de 2020 pudimos viajar a España y estar en  Galicia con mis padres y mi familia. Un viaje único en la vida. Lo decidimos y no nos atemorizó el invierno, que resultó casi primaveral. Once meses antes pusimos fecha de regreso, y resultó ser a principios de  marzo. La pandemia se desataría pocos días después, “causalmente” también. 

Cecilia ya había iniciado un viaje a su interior, a sus recuerdos recientes pero que se unían al pasado ancestral. Sólo era necesario oírla y percibir lo que transmitía. 

-  Vi a mis hijos sentirse parte de un entorno que suponía les era ajeno. Pero me había equivocado: las raíces estaban firmes, como los carballos y la ciudad se fusionó con la aldea y fueron  felices entre los prados y los castiñeiros, el tractor y la cocina de leña. La familia los sintió como propios desde siempre y las risas y las lágrimas acompañaron  los paseos entre las silvas y los toxos del monte. Pude ver  a mis padres nutrirse de esa savia de la tierra y de los nietos, que conocieron los lugares en que ellos habían nacido. Un sueño. O un hecho jalonado de sufrimientos que lo antecedieron pero también lo permitieron. 

La voz de Cecilia se fue apagando, los ojos húmedos tal vez se debieran a  la morriña que acompaña a todos los gallegos y sus descendientes. Miré la bandera argentina erigida sobre un magnífico mástil y reflexioné sobre las “causalidades”, los exilios emocionales, los desarraigos y las adopciones patrias. 

Me despedí con la sensación de que, este año, más que nunca tal vez, nos damos cuenta que hay cosas que no manejamos, que la vida es una serie de “causalidades” y circunstancias, que Buenos Aires y Galicia no se explican una sin la otra. 

Celia Otero. Diciembre de 2020.