viernes, 29 de marzo de 2024

ENTRE LOS 57 MILITARES ESPAÑOLES QUE CON SU GESTA DIERON PIE A LA POPULAR COLETILLA FIGURABA UN OURENSANO, VICENTE PEDROUZO FERNÁNDEZ, ORIUNDO DE MEDELA, EN LA PARROQUIA CARBALLIÑESA DE MADARNÁS.

Vicente Pedrouzo, un carballiñés entre los ‘últimos de Filipinas'

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Quién en este país no ha oído o empleado en alguna ocasión la expresión aquella de "los últimos de Filipinas". Pero a pesar de lo extendido de su uso, lo que ya no es tan del general conocimiento es que entre los 57 militares españoles que con su gesta dieron pie a la popular coletilla figuraba un ourensano, Vicente Pedrouzo Fernández, oriundo de Medela, en la parroquia carballiñesa de Madarnás.

El estreno  de la película "Los últimos de Filipinas", ópera prima del director Salvador Calvo, de corte antibelicista y de cuyo reparto forman parte los actores gallegos Luis Tosar y Javier Gutiérrez, rescata del olvido la historia de un grupo de hombres sitiados durante 337 días por los insurrectos en la iglesia de la localidad de Baler, en la isla filipina de Luzón, a miles de kilómetros de sus hogares y abandonados a su suerte por los inoperantes políticos de turno.

Esta cinta está alejada del enfoque épico de la dirigida en 1945 por el ourensano Antonio Fernández-Román García de Quevedo, farmacéutico, además de cineasta, y familia de los Román y Saco de la droguería de la Alameda de la ciudad de las burgas .

Cuando el 18 de mayo de 1897 Pedrouzo marcha desde Cádiz rumbo a Filipinas, nada hacía presagiar a este labrador la que se le iba a venir encima. Cuatro días antes se había alistado como voluntario en el Ejército real para formar parte del contigente desplegado en el archipiélago, bajo soberanía españrutaola desde los tiempos de Felipe II, de quien toma el nombre.

 

 

 

 

 

La colonia, después de varios levantamientos de insurrectos independentistas, parecía estar recobrando la calma, y este carballiñés, casado con Dolores Vigide, oriunda de Cusanca, en el municipio de Irixo, y con cuatro hijos que mantener, pudo ver en la carrera de las armas una salida para tener un ingreso regular con el que dar una verónica a las cornadas de las estrecheces y del hambre de su parentela.

 

 

Tal y como consta en su hoja de servicios -amablemente facilitada por Xavier Brisset Martín, comisario de la exposición "Los rostros del mito", organizada por el centenario de la efeméride-, Vicente Pedrouzo, a bordo del vapor 'San Ignacio de Loyola', llega el 22 de mayo a Barcelona, primera escala de una travesía de más de 15.000 kilómetros y 40 días, en donde recibirá las 50 pesetas que le correspondían como premio por su alistamiento. En aquella época se podía eludir la ‘mili' abonando 1.500 pesetas, cifra inalcanzable para un jornalero o labrador, mayoría entre quienes se veían forzados a darse de bofetadas por su patria.

Un “mal ejemplo"

Una vez en el país asiático, a donde llega el 30 de junio, es incorporado al Batallón Expedicionario de Cazadores a Filipinas nº 2, siendo asignado como asistente de un teniente de su compañía. Poco después es despedido del puesto por "entregarse en exceso a la bebida y por los malos ejemplos que daba a sus compañeros", regresando a la guarnición de Manila. Este hecho no debiera causar gran extrañeza, debido, principalmente, a la edad de Vicente, quien cumple 35 años durante la travesía, rondando la media de sus compañeros de filas entre los 22 y 24 años, y por tanto con un amplia experiencia vital a sus espaldas y mucha pena que aliviar, especialmente la del desarraigo que habría de causarle dejar a su mujer y a sus cuatro hijos en su Madarnás natal.

El 7 de febrero de 1898 salen de Manila hacia Baler 57 militares. Dos tenientes, 4 cabos, 1 corneta, 45 soldados -entre los que se encontraba Vicente y otros dos gallegos, el coruñés de Culleredo José Martínez Souto, de 19 años, y el lucense de Guitiriz Bernardino Sánchez Caínzos, de 22- y en enfermería, 1 médico provisional, 1 cabo y 2 sanitarios, y el capitán De las Morenas, comandante político militar del distrito del Príncipe, llegando a su destino el día 12. A ellos se les uniría el párroco de Baler y dos franciscanos ya iniciado el sitio.

Después de 337 días sitiados por los insurgentes, el 2 de junio de 1899 se dan por enterados de que la guerra de la colonia filipina ha terminado y capitulan. El 29 de julio de 1899 salen de Manila en el vapor 'Alicante', repatriados a España, llegando a Barcelona el 1 de septiembre de 1899. En la ciudad condal se les rendirán los primeros homenajes y serán fotografiados para la posteridad. En una de esas imágenes, que encabeza este artículo, se puede apreciar a Pedrouzo, reseñado con el número 3, haciendo nuevamente gala de su indómito carácter, pues es el único que no guarda la uniformidad, en camisa remangada, sin la chaqueta que lucen los demás y con un pantalón oscuro que contrasta con el claro de sus compañeros.

Poco después viajará a Nerva (Huelva), en donde seguirá en filas hasta 1907, año en que recibirá la licencia absoluta. Con anterioridad, en 1902, el Regimiento de Infantería de Huelva nº 94 le extiende un "certificado de soltería", sin que por el momento se conozca si se convirtió en bígamo al contraer un nuevo matrimonio. En 1910 regresaría a su Madarnás natal, lugar en el que falleció en 1926.

“Expediciones al otro mundo" previo pago de cinco pesos

 

 

De las penurias pasadas por los españoles sitiados en Baler puede servir de testimonio el relato del teniente al mando del grupo, Saturnino Martín Cerezo, sobre las "expediciones al otro mundo". En las páginas de su libro "El sitio de Baler (Notas y recuerdos)", publicado en 1904, describe: "Los soldados, con cierta despreocupación verdaderamente sublime, formaban ya unas listas que llamaban expediciones al otro mundo. En ellas colocaban primeramente a los que ya se hallaban en lo último de lo último, luego a los menos graves, y así sucesivamente por este orden. Cuando alguno resultaba en cabeza, le decían sus compañeros: 'A ti te corresponde ser enterrado en tal sitio'.  Y ellos, con una calma fría e incomparable, legaban cinco pesos para los que hiciesen el hoyo. Daba espanto oírles, allí, entre aquellas penumbras de tristeza, mal cubiertos de andrajos, sucios, famélicos (...) con tanta grandeza en su postración y su miseria".  

 

 

Algunos de ellos recibieron homenajes de sus vecinos en vida, otros, ya muertos. El carballiñés Vicente Pedrouzo aún  espera el que le corresponde.

Con el hambre en los talones

 

 

La vida de Vicente Pedrouzo y de muchos de sus compañeros de encierro parece haber sido una huida continua del hambre. La que les fuerza a salir de sus hogares, la que pasarán durante 337 días en Baler, que les llevó a comer hierba e insectos, y la que seguirán sufriendo algunos de ellos tras su regreso a España, como consta en un manuscrito del teniente Saturnino Martín Cerezo, fechado en Madrid en 1906. En él reseña "haber alimentado a varios en mi casa para que no implorasen la caridad pública en las calles de esta capital, hasta obtener para alguno colocación, y dando ropas a otros y pagando a aquellos para los cuales no conseguía destino el viaje a su pueblo, evitando que tuvieran que ir a pie y pidiendo limosna". 

 

 

Merecidas pensiones ganadas a pulso que nunca llegó a cobrar

 

 

El 28 de septiembre de 1899, por real orden de la reina regente, María Cristina, se le conceden a Vicente Pedrouzo dos cruces de plata al Mérito Militar con distintivo rojo, con pensión mensual cada una de 7,50 pesetas. Años después, el 6 de febrero de 1908 , el Diario de Sesiones de las Cortes recoge la concesión de una pensión vitalicia de 60 pesetas mensuales  para los héroes de Baler, en el que se les relaciona con su empleo,  nombres y situación. En el mismo, como en casi todos los documentos oficiales en los que se menciona a nuestro "último de Filipinas", sus apellidos están mal referenciados. En el que nos ocupa aparece como "Vicente Pedrosa Carballida". 

 

 

En 1908 nuestro indómito carballiñés litigaba aún por el cobro de las pensiones, de sus dos medallas que aún no había percibido por el referido problema de los apellidos. Puede ser que no las llegara a percibir nunca, pues , tal y como señala su nieta y ahijada Dolores, las apreturas económicas por las que pasaba la familia una vez fallecido su abuelo llevaban a su viuda, Dolores Vigide, a hacer filigranas para alimentar a su prole, no constándole que cobrara pensión alguna.