jueves, 18 de abril de 2024

HISTORIAS PARA CONTAR - CAPÍTULO II

La cruel vida de la emigración, la historia de Elena De Alva "pampeana de San Vicente"

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Corría el año 1916, Salvador y Genoveva, como muchos otros paisanos de su pueblo y de su zona elegían una vez más hacer la cosecha en La Pampa. Dura tarea la venir de su San Vicente y tras un viaje tremendo en distancia y dificultades llegar una vez más a estas tierras, para ganar unos pocos pesos que la suya no podía darles como ellos aspiraban.

Caminata desde San Vicente hasta Toral de los Vados, para subir al tren que los llevaría a Vigo y luego embarcar para transitar las penurias de un mes en el océano, dispuestos a afrontar lo más duro de su recorrido hacía las tierras americanas.

A su llegada a Buenos Aires les esperaban los trámites de rutina y su contratante, que los subiría a un tren para transportarlos a su lugar de destino. Más de un mes y medio era el tiempo que transcurría para llegar a estas tierras promisorias y Genoveva cargaba en su vientre la promesa de un nuevo hijo, cosa que hacía más dificultosa su entrega y todas sus tareas.

Fue en General Pico, en la Pampa,  donde Elena De Alva vio la luz para ser por nacimiento una argentina pampeana circunstancial. El 23 de Abril de 1916 la pequeña Elena nació para alegría de sus padres y para hacer aún más difícil la tarea que ellos tenían por delante.

Poco tiempo más tarde llegó el regreso previsto. Nuevamente el tren, el barco y de nuevo el tren hasta llegar a su España anhelada, tierra que adoptaría por circunstancias naturales. Su nacimiento en la Pampa fue un hecho casual ya que su vida estaba ligada a su San Vicente, y sin duda fue una berciana con todas las letras.

Elena

Corrían épocas difíciles y los pueblos se desangraban en la búsqueda de futuro. Esos viajes siguieron pero la pequeña Elena se afincó allí, en esa que era su tierra, y poco a poco fue conociendo los infortunios de la pobreza, del trabajo duro, de la inexistente paga, y del valor de un trozo de pan para calmar un hambre que era la realidad de la época.

Creció íntimamente ligada a su San Vicente, sembró la tierra, fue pastora de ovejas, segó y malló trigo para que no faltara el pan y cuando el destino lo definió, casi toda su familia regresó a Argentina y...ella  se quedó siendo aún adolescente al cuidado de su abuelo ciego y de su hermano más pequeño.

¡Que entereza, no era una mujer y tenía ya la responsabilidad de asumir ese rol!. Quizás haya sido eso lo que la marcó para el resto de su vida. Lo cierto es que España pasaba momentos tremendamente difíciles: La guerra, y más tarde la posguerra que sufrió en carne propia, así como los avatares de una cruel manifestación de las pobrezas humanas.

La guerra y su consecuencia posterior tuvo diferentes formas en los pueblos pequeños pero siempre la misma crueldad. Los hombres se alistaban o eran convocados y las mujeres y los niños debían sortear las dificultades desplegando una fuerza y un compromiso que las hacia verdaderas heroinas de esa injusta contienda. Y allí estaba Elena, obligada a ser mujer cuando todavía tenía algo de niña.

Aún hoy recuerdo algunas de sus anécdotas y hay una que me quedó fuertemente arraigada, quizás porque en su relato me transcribió con tanta realidad el momento, que sentí que lo vivía junto a ella: "Era un día más en San Vicente, las mujeres hacían sus labores y los pequeños jugaban, cuando se presentó una patrulla de la falange para realizar una revisión de rutina. Las mujeres y los niños estaban avisados y temerosos trataron de buscar refugio. Una de las niñas, de no más de 5 años, se escondió debajo de un pajar. Los hombres, que vieron moverse la paja, se acercaron y sin mediar palabra, dieron muerte a la niña a balazos. Cuando retiraron el heno y vieron el cuerpecito ensangrentado de la pequeña, se dieron cuenta de su atrocidaz. Sin inmutarse siguieron su camino, su despliegue de poder y crueldad".

Debo decir que esta historia seguramente marcó a Elena, pero yo que la conocí y la reviví durante muchos años, sentí un profundo dolor que todavía me acompaña.

Y así continuó la vida, el abuelo enfermo, el hermano menor alistado en el ejército y Elena, que ya comenzaba a ser una hermosa mujer, decidió unir su destino a quien sería su esposo y con el que construiría la segunda parte de su vida.

Siempre en contacto con la familia que ya vivía en Buenos Aires, pero atenta a la suya que poco a poco se fue nutriendo de hijos. Hijos que sobrellevó con carga, pero con absoluta dedicación. Gabino, su esposo, carpintero de oficio fue miliciano, minero, labrador y recaló en la carpintería lo que que durante unos años le permitió sostener malamente a la familia que ya sumaba tres hijos y que requería ingentes sacrificios para cuidar y alimentar.

Y allí permanecía Elena, la mujer, la esposa, la madre, haciendo rendir el pan y el caldo para que nunca faltara a la mesa de la familia. A finales de la década de los 40, su familia de Argentina la reclamó. Buenos Aires vivía buenas épocas, el trabajo abundaba y la posibilidad de huir del espanto que significó la guerra y sus consecuencias posteriores fueron decisivos a la hora de asumir el regreso al lugar que la había visto nacer.

Asumiendo los riesgos, pero esperanzados en un futuro mejor, la familia partió rumbo a estas tierras en afán de rehacerse y comenzar a vivir una nueva vida, ya lejos de los infortunios de la guerra y de las necesidades más primarias. Quiso el destino que durante el trayecto que los traería al puerto de Buenos Aires, el tío Salvador, padre de Elena, dejara esta vida sin poder reencontrarse.

La esperaban su madre y sus hermanos mayores, dispuestos a encaminarla en este nuevo país, tan lejano y tan distinto a su aldea allá en los Ancares leoneses.

Elena construyó otra vida, una nueva vida. Fue madre, esposa, trabajó sin descanso en todo lo que tuvo a sus manos. Recuerdo verla durante largas horas en su máquina de coser, de donde salían impecables uniformes para nuestras fuerzas armadas, pegar botones, planchar esos trajes que siendo niño me inundaban de esplendor.

Cada poco, Elena se levantaba de la máquina para ayudar a Gabino a pasar por la garlopa alguna madera, de la cual él sacaría una excelente puerta o una hermosa ventana. ¡Qué vida tan dura y jamás la escuché quejarse!. Elena era así, dura como sus robles de San Vicente, y universal como su Pampa.

Años más tarde quiso el destino que una cruel enfermedad se llevara de esta vida a Gabino, y otra vez nuestra heroína desplegó toda su fuerza para hacer frente a esa nueva realidad: tres hijos por criar y sola frente a una realidad que nuevamente le jugaba una mala pasada. Dejó de ser mujer para ser madre. Tuvo tres hijos de su vientre, y muchos más de la vida. Todos éramos su hijos y Elena enfrentaba con una sonrisa y una palabra dulce cada uno de los problemas que la vida le ponía en su camino.

La vida, sin embargo, al final la premió. Sus tres hijos le devolvieron con amor y responsabilidad lo que ella había sembrado, y le llegó el momento de ser abuela...y nuevamente se desplegó en esa tarea tan noble de ser la abuela de muchos, la abuela de todos. Sus torrejas con azúcar eran el mejor caramelo a la boca de los niños.

Elena no era una mujer más, era el símbolo del esfuerzo, del sacrificio y de la sabiduría y supo nutrir a quienes la acompañamos en algún momento. Su sonrisa, su palabra pausada, su entrega incondicional, esa era Elena. En algún momento me dijo algo que grabé para siempre en mi mente y en mi corazón, y que la hacía más grande de lo que muchos imaginábamos: "Va el viejo muriendo y aprendiendo". Que síntesis perfecta de la realidad de nuestras vidas, sábias palabras en boca de una gran mujer.

Nos dejó hace tiempo y a decir verdad no la extraño, porque sigue viviendo en cada lugar que la recuerda. Trabajadora, leal, honesta, solidaria. Que más se puede pedir de una mujer. Creo que la vida que la castigó tanto, le dio también mucho para disfrutar, y si me está mirando desde algún lugar, sólo puedo decirle: "Gracias por todo, querida Elena, fuiste y serás por siempre ejemplo de vida. Siempre te recordaremos, pampeana de San Vicente, Berciana de León, casi gallega".